Hace dos semanas nos entró un pedido desde Francia. Dos pares, en concreto. A las dos horas, esa misma persona decidió comprar otro par.

En Balbino, cada vez que vendemos zapatillas al extranjero nos da un subidón. Es apasionante imaginar los intrincados caminos que han llevado a una persona que vive en Francia a comprar algo de esta empresa que no invierte ni un euro en publicidad (chúpate esa, algoritmo).

Con las ventas al extranjero nos pasa una cosa muy curiosa. A nosotros una ya nos parece un escándalo -este año hemos vendido estos tres a Francia, unas a Inglaterra y otras a Australia, pero de eso ya hablaremos otro día- y luego, cuando tenemos reuniones con agencias de marketing o con posibles inversores, les decimos que vendemos mucho -o bastante, ahora no estamos muy seguros- al extranjero.

-¿Cuánto es mucho -o bastante-?- suele ser la pregunta.

Y les metemos una trola, claro.

Bueno, pero a lo que íbamos. Entró la venta triple. Hicimos el envío. Pasaron dos semanas. Nos llegó un correo de la compradora en el que mezclaba el español y el inglés. Os lo resumimos y traducimos: Que dónde estaban sus zapatillas.

Por un error de Balbino que no vamos a detallar para que esta empresa no parezca aún más peculiar de lo que es, en la etiqueta iban todos los datos excepto uno, a todas luces menor, que era el número de la calle.

La clienta, muy educada y siempre con ánimo constructivo, nos comentó que hombre, que ya que había comprado las zapatillas a finales de noviembre, no estaría mal tenerlas para regalar en Navidad. En realidad no dijo eso, en realidad dijo:

“Estoy decepcionada porque supuestamente eran los regalos que iba a hacer en Navidad”.

El mensaje nos tocó la fibra porque sabemos de la importancia de los regalos de Navidad. Pero, sobre todo, porque sabemos que la decepción en Europa no es un tema menor. Hay decepciones que han hecho caer imperios en este nuestro continente.

Total, que nos pusimos -un poco histéricos, todo hay que decirlo- a investigar dónde demonios estaba ese pedido y, al mismo tiempo, enviamos otros tres pares, por si acaso. De cara a futuras reuniones, podríamos contabilizar como ventas todas las zapatillas enviadas a Francia en esta maravillosa operación, pero lo cierto es que tenemos a estos clientes guardados en el móvil como “Franceses Balbino”, lo cual da una pista bastante exacta de nuestra implantación en el terreno.

(Los guardamos como contacto porque hablábamos por whatsapp, no penséis que andamos dando la tabarra a todo el mundo que compra unas Balbino).

Siguiendo la teoría de una de nuestras madres, todo iba bien: no news, good news.

Hasta ayer, que nos entró una nota de voz desesperada de nuestra ya amiga francesa, en la cual nos informaba de que le habían ido a entregar las zapatillas, pero no la habían pillado en casa, y que ahora no sabía adónde tenía que ir a por sus regalos de Navidad porque no sabía “where is the paquete”.

Lo dijo así. Y volvió a mentar lo de que se iba a quedar sin poder dar sus regalos de Navidad en Navidad. En esta ocasión no nos conmovió tanto esa parte, pero el “where is the paquete” nos hizo tanta gracia que decidimos que había que hacer un esfuerzo extra.

Era viernes por la tarde. Viernes de antes del fin de semana de Nochebuena. Y en Balbino estábamos todos movilizados para dar con una solución a este asunto.

Tropecientas llamadas y gestiones después, y a pesar de que nuestra nueva amiga -y posiblemente antigua clienta- se mostró dispuesta a ir al lugar que fuera necesario a por sus zapatillas, nos dimos por vencidos. Resulta que en Francia también era viernes de antes del fin de semana de Nochebuena.

Y este es nuestro cuento navideño sin final feliz. Porque las cosas, cuando emprendes, no siempre salen como esperas o deberían. Y da igual que sea Navidad.

P.S: Ojo porque ahora mismo hay seis pares de zapatillas Balbino en algún lugar de Francia. Tres es vender. Seis ya es exportar

Añadido posterior: Después de muchas vueltas -de pasar, incluso, por un almacén de frutas- el paquete regresó al espacio Balbino en Oviedo. Con los remordimientos típicos de quien ha estropeado la Navidad a una familia que no conoce de nada, decidimos enviar de nuevo las zapatillas. Esta vez con una empresa diferente. Llegaron en tres días. Sanas y salvas. Nuestra clienta francesa, agradecida y emocionada, insistió en pagarlas -obviamente le habíamos hecho la devolución del dinero- y no vamos a ocultar que por un momento pensamos en decirle que sí. Pero al final no. Era un regalo de Balbino. Llegamos tarde. Pero llegamos. Y lo hacemos bien.

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