El helado, ¿en cucurucho o en tarrina?

¿Pero de verdad nos preguntáis entre lengua y cuchara?

Los bocadillos, los helados -en realidad, todo lo que los modernos llaman Streetfood– entra directamente en la boca sin mediar contacto con ningún instrumento o utensilio. Eso es sinónimo de placer inmediato y en el caso del helado, en el que el punto de frío es importante, el placer se duplica ante el primer lengüetazo.

Ahora bien, como en todo, en Balbino hacemos excepciones y creemos que hay momentos para la tarrina:

En una primera cita quizás es mejor optar por la tarrina. Incluso aunque ya haya habido beso, mostrar la lengua no te va a hacer una persona más atractiva.

Helados rebosantes. En esta categoría entran los helados que, una vez puestos en el cucurucho, en el momento de entrega y fruto de una extraña capacidad astrofísica del heladero para poner una cantidad inenarrable de helado, empiezan a lagrimear y es imposible comerlos sin mancharte. Si viajas a Italia, por ejemplo, siempre son así. Italia convive con platos de pasta pequeños y helado rebosante. Pero de ese tema ya hablaremos otro día.

La última excepción de la tarrina es estar a dieta. Todos estamos o hemos estado a plan, nos ha pillado el toro y, mentalmente,  calculamos frente al mostrador las calorías del helado con cucurucho y con tarrina. Si estás permanentemente “a plan” -qué eufemismo- estás condenado a la tarrina. Pero a un verano con tarrinas se sobrevive.  A un verano sin helados, no.

 

¿Sabéis si sigue existiendo la paga?

Qué bonito y tierno que nos preguntes si sigue existiendo. Es un concepto que habíamos olvidado por completo y que se traduce en nuestra memoria en el día que la dilapidábamos en chucherías y cromos en los kioskos del barrio. Lo de “paga semanal” era una forma amable de llamarla porque, al menos nosotros, la fundíamos el primer día. Incluso en la primera hora.

En Balbino estamos muy a favor de la paga. Siempre más escasa que abundante, que nunca fue de buen gusto tener una paga rumbosa.

Han cambiado tantas cosas que no sabemos muy bien cómo funcionará ahora el asunto. Y los kioskos, como el futuro, ya no son lo que eran. A veces son tan lujosos y ofrecen tal gama de productos que sospechamos que con las pagas que teníamos hoy no podríamos comprar ni un chicle.

Ahí está la clave del asunto paga: la cuantía. Suponemos que ha variado pero en Balbino, que tenemos cierta ascendencia castellana, entendemos que se debería empezar por un euro a la semana. Quizás dos. Y siempre en monedas, que es imperativo categórico en la materia. Luego hay que ir subiendo de forma gradual hasta que encontremos otro pagador, también conocido como empresa que contrata a tu prole.

Cuando ibas creciendo, la sociedad dividía a las personas según gestionaban su paga. Se identificaba muy rápido al ahorrador y al despilfarrador. Los que estudiamos fuera todavía vivimos los días de los giros postales y había gente que guardaba la mitad del giro en un sobre para ahorrar mientras otras esperaban ansiosas la llegada del dinero para invitar a cenar a todo el grupo. Todo se compensaba porque a final de mes la que había guardado el dinero en el sobre tenía que prestar a la que había invitado, así se organizaba una banca amateur que funciona exactamente igual que la vida real. A esto los gurús de la economía lo llaman La mano invisible y te cobran por decírtelo.

 

En mi empresa han nombrado a una persona “Standarizador de procesos” ¿Cómo lo veis?

Pues lo vemos regular, la verdad. En primer lugar por él. Es que le han puesto un cargo que tiene dos de las palabras más aburridas y utilizadas de la historia -y de Linkedin-. Tú imagínate a ese hombre cuando vaya a presentarse y diga: “Hola, soy Fulanito, standarizador de procesos”. Nosotros nos pondríamos a cubierto.

En Balbino, cuando queremos pegar una patada para adelante a algo, decimos que “hay que revisar los procesos”. Es verdad que te quedas tan ancha cuando lo dices, pero no. Abajo los cargos en inglés -con el idioma tan bonito que compartimos- y abajo los cargos que no quieren decir nada.

Por si no sabes leer entre líneas: ten cuidado porque ese señor es familia de alguien.

(Esperamos que tu compañero no esté suscrito al boletín. Y, más importante: que no lo esté la persona que manda en tu empresa. Guiño, guiño).

 

Me llamo Paloma y cada vez que ligo con un chico me envía la canción de Calamaro…

Entendemos que esto es una pregunta, ¿no? Y entendemos también que no se trata de que estés ligando siempre con el mismo chico y que te envíe una y otra vez la misma canción, ¿no?

Aclaradas por nuestra parte estas dudas, procedemos a contestarte.

Vemos que te gustó nuestro tema de Canciones a las que tenemos manía.

A ver, sí, es un poco complicado lo de tener una canción con tu nombre. En cualquier inicio de relación te va a caer. Te pongas como te pongas. Es verdad que tú has tenido una suerte relativa. Paloma es una canción que está bien. Un poco de empatía con las Marías, a las que les puede caer una de Bisbal o de Ricky Martin, o con las Carolinas a las que M-Clan amargó su adolescencia. Y, también, un poco de agradecimiento hacia todos esos héroes de las canciones del verano que no pusieron nombre a sus hits estivales. Como por ejemplo: David Civera y Raúl. Imaginaos por un segundo ser esa chica a la que todo el mundo cantara “que la detengan” o “hace tanto que sueño su boca”.

Dios aprieta pero (ni en verano) ahoga.

 

Si quieres leer la entrega anterior del consultorio, aquí te la dejamos.

Recuerda que puedes enviar sus preguntas a amigos@balbino.eu